«E estaba ay con ella (Catalina de Lancaster) una dueña que es natural de Córduva, que dizen Leonor López Carrillo, fija del Maestre don Martín López (…) La qual dueña hera muy privada de la reyna en tal manera que cosa del mundo non fazía sin su consejo (…)»
(Fragmento de la Crónica de los Reyes de Castilla)
La Edad Media fue escenario de grandes hitos dentro del mundo de las letras. Muchos de los creadores de esos hitos, sino la mayor parte, fueron varones. Sin embargo, sabemos con certeza que existe un pequeño grupo de mujeres, por desgracia desconocido, que destacaron dentro de la literatura. Un ejemplo que ya hemos nombrado en otro artículo fue Wallada. Sin embargo, la figura que hoy queremos mostrar es la de Leonor López de Córdoba, la primera persona que escribió una autobiografía en lengua castellana, las llamadas Memorias.
Leonor López de Córdoba nació en Calatayud, en la Corona de Aragón, entre 1362 y 1363. Era hija de Martín López de Córdoba, maestre de las órdenes de Calatrava y Alcántara. Su madre, Sancha Carrillo, era sobrina de Alfonso XI de Castilla. A la edad de siete años, fue prometida a Ruy Gutiérrez de Hinestrosa, perteneciente a una gran familia ligada a Pedro I. Casados en 1369, marido y mujer se trasladan a Carmona, donde vivirán con parte de la familia real y algunos cortesanos, coincidiendo con la parte final de la Primera Guerra Civil Castellana. Dicha guerra enfrentaba a Pedro I el Cruel con su hermano bastardo, Enrique de Trastámara.
Tras la batalla de Montiel en marzo del mismo año de la boda entre Ruy y Leonor, Enrique vence a su hermano, a quien sentencia a muerte, y posteriormente se hace coronar rey, iniciando así el linaje Trastámara en la Corona de Castilla. En 1371, el rey decide ejecutar al padre de Leonor por haber apoyado a Pedro I durante la guerra. Posteriormente, confisca todos los bienes y tierras al joven matrimonio, y encierra ambos en las Atarazanas Reales de Sevilla. Durante su cautiverio, la mayor parte de su familia falleció de peste.
Tras la muerte de Enrique, Ruy y Leonor son liberados de prisión, pero él se traslada a Portugal, dejando sola en Castilla a su esposa, quien finalmente se desplazará a Córdoba. En 1396, la ciudad recibe la visita de Enrique III y su esposa, Catalina de Lancáster. Gracias a sus parientes, Leonor entró en contacto con la reina, quien, en su viudedad, encontró en Leonor a una consejera y amiga. Así, Leonor llegaría a ser camarera mayor de la monarca y, posteriormente, su valida, convirtiéndose en una de las mujeres más poderosas del reino.
Sin embargo, su etapa como favorita iría decreciendo en 1412, cuando una nueva camarera de la reina, Inés de Torres, acabó con la relación de amistad entre Leonor y Catalina de Lancáster. Además, el infante Fernando de Antequera, uno de los nietos de Enrique II y rey de Aragón, instigó contra ella, debido al temor que existía en los ámbitos cortesanos ante la riqueza y poder que estaba amasando esta cordobesa de adopción.
Finalmente, se expulsó a Leonor de la corte, perdiendo el total favor de la monarca. Pasaría sus últimos años en Córdoba, falleciendo finalmente en 1430. Fue enterrada en la iglesia de San Pablo de la capital cordobesa. Hoy en día puede verse una pequeña losa, situada en la capilla del Rosario, donde están escritas las siguientes palabras:
AQUÍ YACE LA SRA. DÑA. LEONOR LOPEZ, MUJER DEL MAGNIFICO SEÑOR RUY GUTIERREZ DE HINESTROSA, FUNDADORA DE ESTA CAPILLA.
Una curiosidad es que se tiene constancia de que en 1391, esta mujer adoptó a un niño judío después de que en la capital cordobesa se asaltase la zona de la Judería. Ella misma lo relata en sus Memorias:
«En esto vino un robo dela Juderia, y tomé un niño huérfano, que tenia, para que fuese instruido en la fee, hizelo baptizar por que fuese instruido en la fee (…)»
Según muchos historiadores, Leonor hizo eso como método para estar a bien con Dios. Sin embargo, es evidente que esta mujer tomó afecto a este niño, considerándolo uno más de sus hijos. Desgraciadamente, este pequeño, junto con otro de los hijos de Leonor, falleció en una de las tantas epidemias de peste que sufría la corona de Castilla en esta época. Es probable que Leonor escribiese estas Memorias no sólo para demostrarle a Catalina de Lancáster su fidelidad, sino también perpetuar el recuerdo de su padre, Martín López, y el suyo propio.
En resumen, nos encontramos con una mujer que, según muchos expertos contaba con una personalidad formidable, que supo sobreponerse a distintas desventuras personales y familiares, convirtiéndose en guía y sostén de sus allegados, en un complicado trasfondo como fue la Castilla de principios del siglo XV.
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