Córdoba es una de las ciudades con uno de los pasados más importante de Europa. Dado de su enclave estratégico en el sur de España y en la ribera del Guadalquivir, esta ciudad ha tenido un auténtico cruce de civilizaciones que la han engrandecido durante milenios. Y fruto de toda esta mezcla de culturas y civilizaciones, es que es la única ciudad en el mundo, junto con la ciudad de París y la de Roma, con cuatro denominaciones de Patrimonio de la Humanidad.
Córdoba empezó a ser un punto relevante en el mapa a partir de la presencia romana en la Península, pues la convertirían en la capital de la provincia de la Bética, una de las provincias más pujantes de todo el Imperio Romano. Tras este legado, la ciudad monumental de Córdoba sería aprovechada por su situación estratégica y por sus infraestructuras para convertirse de nuevo en capital, esta vez tras la invasión de los musulmanes en el siglo VIII.
Empezaría la mayor época de esplendor de la ciudad, que se convertiría en la capital del emirato independiente del Al-Andalus, el territorio musulmán de la Península. Y como capital, también fue el centro neurálgico de un territorio que abarcaría todo el mapa peninsular, e incluso parte de la actual Francia. Con la dinastía Omeya, proveniente de Siria, Córdoba se convertiría en una de las ciudades más importantes del mundo del medievo.
Pero la ciudad no solo destacó en el plano político o económico, sino también cultural y científico. Fue la cuna de la ciencia y el conocimiento que se producía en Europa occidental, con una de las bibliotecas más grandes del mundo y científicos y pensadores tan relevantes como Averroes o Albucasis. Además, sería una de las pocas ciudades en la que se toleró la convivencia de tres culturas distintas como fueron la musulmana, la cristiana y la judía.
A partir del siglo X, la ciudad alcanzaría el cenit con la proclamación del Califato de Córdoba a manos de Abderramán III, convirtiéndose en uno de los tres califatos islámicos del mundo en aquel entonces, junto con el Califato Abasí y Fatimí. En este periodo Córdoba sería una de las ciudades más grandes del mundo y se construyen monumentos tan famosos como su Mezquita, que tras empezar las obras desde los primeros años del Emirato, se culmina con la última ampliación de Almanzor y convirtiéndola en la segunda más grande del mundo. También se empieza a construir su otra joya, la ciudad palatina de Medina Azahara a manos de Abderramán III. una ciudad construida desde cero apenas a diez kilómetros de Córdoba y que destacó por su grandiosidad y exuberancia, convirtiéndose en la nueva sede del poder califal.
A principios del siglo XI, menos de cien años después de la creación del Califato, una serie de disputas por el trono entre los sucesores omeyas, provocadas en su origen por la regencia de Almanzor, el primer ministro del califa Hisham II, provocaría una guerra civil, denominada por los musulmanes como “fitna”, que acabaría definitivamente con el califato y la dinastía omeya, dividiéndose el territorio en pequeños reinos denominados “Taifas”.
El esplendor de Córdoba se apagaría tras esta guerra y fue perdiendo importancia en detrimento de la taifa de Sevilla, que absorbió el pequeño reino de Córdoba al poco tiempo. La ciudad nunca sería ya una ciudad relevante en el contexto europeo, aunque su legado perduraría en sus monumentos, en sus calles y en sus habitantes como una de las ciudades con más encanto y patrimonio de España.
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