El monumento que nos ocupa esta noticia es uno de los más simbólicos y visitados de Córdoba. Hablamos de su Sinagoga, un momento único en Andalucía, pues es la única que se conserva en toda la región y una de las tres que se conservan en toda España, localizándose las otras dos en Toledo (Sinagoga de Santa María la Blanca y la del Transito).
Hablamos de las únicas sinagogas construidas antes del famoso edicto de Granada, un edicto promulgado por los Reyes Católicos en el que se decretaba la expulsión de todos los judíos españoles, es decir, los sefardíes, en el año 1492. En el caso de Córdoba, es el único elemento visible de la antigua comunidad judío que se asentaba en la Judería de Córdoba, que prácticamente ha perdido todo vestigio de esta cultura que una vez pobló sus calles a partir del siglo XIII.
La sinagoga se empezaría a construir apenas unas décadas después de la creación de la Judería a partir del beneplácito de Fernando III de Castilla, el primer rey cristiano que deja vivir a esta comunidad dentro de las murallas de la ciudad. En el año 1315 se funda este templo no sin polémica, pues el Cabildo de la Iglesia de Córdoba no dejó de ponerle impedimentos para obstaculizar su construcción, y finalmente se vería materializado en que la Sinagoga no podía ser más grande que cualquier iglesia de la ciudad, por lo que su tamaño es realmente minúsculo si se compara con la mayoría de las sinagogas.
Se compone de tres partes dividida en un patio principal de entrada, un vestíbulo que daba acceso mediante unas escaleras a la famosa galería de las Mujeres (lugar diferenciado donde rezaban las mujeres y los niños menores de 12 años) y la sala de oración principal, donde rezaban los hombres justo delante del tabernáculo, un espacio en la pared donde se colocaba el rabino con las enseñanzas de la Torá y que aún se conserva.
Por desgracia, el periodo más largo que estuvo funcionando como Sinagoga no llegaría ni a los 100 años, pues la comunidad sufría persecuciones con frecuencia y finalmente cuando se expulsan a todos los sefardíes en 1492, se reconvierte en un hospital de hidrófobos. Luego, en el año 1558 se usa como ermita de San Crispín, patrón de los zapateros, por lo que la declaración original se cubre y fruto de la nueva decoración aún se conserva restos de ul altar justo delante del tabernáculo.
A mediados del siglo XIX, cuando se utiliza como un parvulario, uno de las tapias colocadas cae accidentalmente y se descubre la decoración mudéjar original e inscripciones en hebreo en la pared, por lo que los investigadores se ponen en marcha para ponerlo en valor y en el año 1885 se convierte en Monumento Nacional y visitable, sufriendo diversas restauraciones para su conservación, la más reciente realizada apenas tres años antes.
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