RINCONES DE LA JUDERÍA - LEYENDA DEL PALACIO DE ORIVE

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En la céntrica plaza de Orive, cercana al actual ayuntamiento de Córdoba, se encuentra un bello palacio de estilo renacentista conocido como el Palacio de los Villalones. Cuenta una historia que en este palacio vivó don Carlos de Unciel, corregidor de Córdoba, un viudo que estaba al cargo de una hija llamada Blanca, una joven obediente, bella y lista, que siempre estaba acompañada bien por su padre, o bien por su criada.

Con motivo de la feria, padre e hija fueron hasta el santuario de la Fuensanta para rezar a la Virgen. En el camino, les paró una gitana de aspecto siniestro que pretendía leerle el futuro a la joven, ante lo cual Blanca actuó de mala manera contra la mujer. Ésta, desairada y totalmente indignada, farfulló entre dientes:

“Ellos pagarán su orgullo con raudales de llanto que la pena les hará verter”

Nadie hizo caso de aquellas palabras que creyeron que eran fruto de la mala educación de la gitana, y padre e hija volvieron a su casa, como si nada hubiera pasado. Tres o cuatro años después, llamaron a la puerta del Palacio unos judíos que venían a quejarse al corregidor de que ningún posadero le daba habitación en la ciudad, por lo que pidieron que se les diese cobijo en el portal del Palacio. Don Carlos accedió a tal petición, pero a la criada de Blanca no les daba buena espina aquellos individuos, pensamiento que compartió con su ama.

La curiosidad las empujó a espiarlos por una cerradura, y su sorpresa fue verlos sentados en corro, mientras leían atentamente un libro a la luz de una vela amarilla y que, además, uno de ellos pasaba muy deprisa las cuentas de un gran rosario que llevaba a cuello.

En ese momento, se escuchó un ruido profundo y raro: el suelo se abrió de repente, dejando a la vista una hermosa escalera de mármol por donde bajaron los huéspedes. Al cabo de un rato, volvieron acompañados de un joven que traía en sus manos un cofre lleno de alhajas. El desventurado joven, que había sido enterrado en vida con sus riquezas, les suplicó que lo llevaran con ellos, pero sus captores declinaron sus súplicas y le obligaron a bajar de nuevo las escaleras. Inmediatamente, apagaron la vela con la que alumbraban, y al desaparecer la llama, desapareció también la escalinata, quedando todo como si no hubiera pasado nada.

A la mañana siguiente, los judíos dieron las gracias al Corregidor por la generosidad de hospedarlos, y se marcharon. Tanto Blanca como su ama ardían en deseos de conocer el misterio de aquella escalera secreta y el joven que permanecía prisionero bajo tierra con el fabuloso tesoro. Miraron rendijas, oquedades y fisuras en el suelo, pero no advirtieron nada raro, hasta que la criada vio restos de cera de la vela que encendieron los judíos aquella noche, y con esos restos hicieron una nueva vela, aunque más pequeña.

Esperaron a que llegara la noche, y mientras todos descansaban, bajaron al portal y encendieron la vela. Inmediatamente se abrió el suelo, dejando ver la escalera, por la que bajaron ambas mujeres sigilosamente, esperando encontrar al joven y su fortuna. No encontraron nada. Cuando la criada vio que la vela se consumía, echaron a correr hacia la salida. Cuando la criada salió, un soplo de aire apagó la mecha de la vela, cerrándose el suelo y dejando a Blanca sepultada bajo el suelo. La criada empezó a gritar, despertando a todo el palacio, que acudieron a la llamada de la mujer.

El corregidor llamaba a Blanca, quien respondía con acento de dolor. Él empezó a hacer cientos de excavaciones en su palacio, aunque todas inútiles. Don Carlos pasaría el resto de su vida llorando la pérdida de su querida Blanca.

Se cuenta que, desde entonces, se oyen ruidos extraños, llantos lastimeros y susurros, y que una sombra misteriosa recorre la casa por las noches, pensándose que puede ser Blanca, intentando escapar de su martirio.

En la fachada del edificio, sobre la puerta, se encuentra tallado en piedra un medallón que representa a una mujer con los brazos abierto, pensando muchos que puede tratarse de un homenaje a la joven hija del corregidor. Hoy en día, el edifico es la sede de la delegación de Cultura.

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