Leyenda de los Comendadores de Córdoba.

Monumentos

Fernando Alfonso de Córdoba era uno de los caballeros más relevantes de la ciudad de Córdoba, donde destacaba por sus enormes posesiones y su inmensa fortuna, y además gozaba de la amistad del rey Juan II de Castilla, lo que le proporcionaba una sólida y respetable posición en la Corte castellana. Este noble estaba casado con Beatriz de Hinestrosa, dama muy joven y de gran belleza, a la que amaba profundamente, y ella ejercía tal dominio sobre él que era capaz de trocar el carácter guerrero y agresivo de su esposo, a poco que se lo propusiera, por otro más dulce, agradable y cordial, convirtiéndole en un persuasivo y sagaz diplomático. Beatriz era envidiada por todas las mujeres de Córdoba a causa de su extraordinaria hermosura y a causa del amor que le profesaba su marido, que era absoluto e inquebrantable. Pero, sobre todo, la dama era respetada y admirada a causa del lujo y posición social que había alcanzado con su matrimonio. No llevaban mucho tiempo en Córdoba ambos cónyuges, llevando una vida retirada, cuando un día recibieron la visita de dos primos de Fernando Alfonso, los comendadores Fernando Alfonso de Córdoba y Solier y Jorge de Córdoba y Solier. Este ultimo se enamoró perdidamente de Beatriz y pronto ese amor pasó a ser una incontrolable pasión. Los comendadores continuaron durante algún tiempo en Córdoba y nada hacía sospechar que Jorge tuviera ni siquiera la posibilidad de declararle sus sentimientos a la bella esposa de su primo. Sin embargo, el destino quiso distanciar a Fernando de Beatriz por asuntos de la corte. A Fernando Alfonso le desagradaba profundamente tener que distanciarse de su esposa pero no tuvo más remedio que cumplir su obligación. Partió entristecido, aunque confiando en el honor y en la lealtad de sus primos y, de hecho, solicitó a los comendadores que cuidaran de su esposa durante su ausencia. Sin embargo, con el tiempo oyó historias de la falta de lealtad de su esposa y su primo Jorge. A lomos de su caballo, y sin tomarse más descansos que los necesarios para que su cabalgadura pudiera continuar, el caballero Veinticuatro llegó a su casona de Córdoba, que se alzaba frente a la iglesia de Santa Marina. Su esposa Beatriz salió a su encuentro y se mostró más enamorada y encantadora que nunca, tanto, que Fernando Alfonso llegó a dudar de que le hubiese sido infiel, y por ello decidió aguardar y comprobar si se había cometido contra él alguna traición. Además, el aspecto de su casa era digno y satisfactorio y se oían risas y canciones, y Fernando Alfonso casi llegó a convencerse de que su esposa era inocente e incapaz de traición alguna. Al amanecer, Fernando Alfonso salió al jardín, donde le esperaba su fiel criado Rodrigo, y este le informó de que Beatriz y su primo Jorge eran amantes y que en infinitas ocasiones habían mancillado su hogar y su lecho conyugal. El caballero Veinticuatro, lleno de furia y de deseo de venganza, juró que se vengaría, y aquella misma noche organizó una partida de caza con el fin de probar a sus primos, los comendadores calatravos, y tal y como él esperaba, ninguno de los dos quiso ir a cazar con él, pretextando que tenían asuntos urgentes que atender en la ciudad. Y entonces Fernando Alfonso simuló ir solo a la cazar, dejándoles a ellos en libertad de obrar como quisieran. En cuanto el caballero Veinticuatro partió de cacería, se reunieron en uno de los salones Beatriz y una prima suya con la que compartía secretos y pecados, y con las damas estaban también los caballeros calatravos, Jorge, amante de Beatriz, y su hermano Fernando Alfonso, amante de la prima de Beatriz. Cenaron los cuatro y bailaron al son de un laúd, tocado por los jóvenes y despreocupados comendadores. Y mientras tanto, el caballero Veinticuatro aguardaba sigilosamente en el jardín y se dedicó a espiar a los culpables y a esperar el momento propicio para vengarse. Y cuando las dos parejas de amantes dieron por terminada su alegre reunión, se retiraron a diferentes aposentos de la casa, siendo ese el momento que aguardaba el ofendido esposo de Beatriz para acabar con ellos. Rápidamente entró en el cuarto donde se hallaban su esposa y su primo Jorge, y primero apuñaló a su esposa con una daga y después, con su espada, mató al comendador, que corría en busca de la suya para defenderse. El célebre dramaturgo Lope de Vega, basándose en éstos sucesos, escribió en 1596 una obra de teatro titulada Los comendadores de Córdoba que fue impresa en Madrid en 1609 en la Parte Segunda de las comedias de Lope de Vega.

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