Abderramán III, el primer califa cordobés.

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Abderramán III fue uno de los personajes más ilustres de la Europa del siglo X, siendo el primer monarca de la Península Ibérica en obtener el título de califa. El califa o jalifa es el sucesor y representante de Mahoma en la tierra, por lo que era un título por el que luchaban muchos. El título conlleva una doble función de liderazgo político y espiritual, lo que lo asemeja a otras instituciones, como la del papa en la Iglesia católica o la de dalái lama en el budismo tibetano. Tras la muerte de Mahoma en el año 632, hasta 1924 fueron considerados califas quienes le sucedieron como cabeza de la Umma o comunidad de musulmanes.

Sin embargo, no todos los que han ostentado este título fueron reconocidos al completo por la comunidad, pues a lo largo de la historia ha habido muchos disensos sobre la legitimidad de tal liderazgo, lo que ha propiciado la coexistencia de varios califas, cada uno reconocido por un sector distinto de musulmanes, así como la existencia de comunidades que no han reconocido como legítimo a ninguno de los califas. Abderramán era el nieto de Abd Allah, séptimo emir de Córdoba y perteneciente a la dinastía omeya, procedente del Califato de Damasco.

Nació en la capital de Córdoba en enero del año 891, siendo hijo de Muhámmad, el primogénito de Abd Allah, y de Muzna, una concubina cristiana de origen vascón. Aquí se puede ver la unión entre los reinos cristianos y musulmanes durante el Medievo hispánico. Veinte días después de su nacimiento, su padre es asesinado por su hermano, el infante Al Mutarrif. Abderramán pasaría su infancia en el harén de su abuelo, conviviendo con las concubinas y esposas del emir, y siendo criado por su tía. En las crónicas se nos ha descrito como un joven atractivo, de piel blanca, cabello rubio cobrizo y ojos azules oscuros. Tenía un cuerpo corpulento, era algo bajo, y tenemos constancia de que se teñía la barba de color negro para parecer más árabe. En cuanto a su carácter, se habla de un ser benévolo, inteligente, perspicaz, entregado a los placeres, pero también bastante cruel.

Cuando su abuelo falleció a los setenta y dos años de edad, la herencia del Emirato recayó en Abderramán, levantando las intrigas palaciegas por parte de sus tíos. Durante los primeros años de su mandato, se hizo con gran parte de territorio controlado por familias islámicas, quienes gobernaban con mano de hierro. En cuanto a la política exterior, es conocida su enemistad con el rey Ordoño II de León.

Sería en el año 929, con 38 años de edad y tras someter a todos los rebeldes, cuando se proclamaría Jalifa rasul-Allah (sucesor del enviado de Dios) y amir al-muminin (príncipe de los creyentes), presumiento así de tener derechos más legítimos que el califa fatimí de Cairuán y el califa abasí de Bagdag. Este nuevo período resultó ser el apogeo del Islam en la península Ibérica, tanto en términos de poderío político como económico, desarrollo cultural, artístico y científico.

Fallecería en el año 961, con 63 años de edad, en la ciudad califal de Medina Azahara, la joya arquitectónica que él mismo ideó y que se encuentra a las faldas de la sierra cordobesa. Le sucedería en el trono su hijo, Alhakén II, que contaba con 46 años en el momento. Entre sus logros, se ve cómo convirtió a Córdoba en el centro neurálgico de un nuevo imperio musulmán, convirtiéndose en la principal ciudad de Europa occidental, rivalizando con Bagdag y Constantinopla, capitales de los califatos abasí y el Imperio bizantino respectivamente. Fue el gran impulsor de la cultura cordobesa, dotando a la ciudad de setenta bibliotecas, fundando una universidad, una escuela de Medina y de Traducción. Amplió la Mezquita Aljama, construyendo un nuevo alminar (el actual campanario) y ordenando el levantamiento de la ciudad de Medina Azahara, la nueva residencia cortesana.

En cuanto a la vida familiar, conocemos el nombre de sus tres principales esposas: Maryan, una esclava de origen cristiano, intrigante y madre del futuro califa Alhakén II; Fátima, mujer libre e hija de un tío de Abderramán; y Mustad, su última favorita una vez fallecidas las dos anteriores. Abderramán tuvo un total de dieciocho o diecinueve hijos varones, y dieciséis hijas.

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