La literatura medieval se caracteriza, entre otras cosas, por los famosos cantares de gesta. Uno de los más conocidos fue el Cantar del Mío Cid, publicado en el siglo XIII, dedicado a la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, personaje del siglo XI destacable en el período de la Reconquista.
Sin embargo, la leyenda que hoy nos trae aquí es la conocida como Leyenda de los Siete Infantes de Lara, cuyo móvil principal fue la venganza. Se cuenta que Gonzalo Gustioz, señor de Lara, y su esposa, doña Sancha Velázquez, tenían siete hijos. Un día, el hermano de Sancha, Ruy Velázquez, anunció su compromiso con una noble leonesa llamada doña Lambra.
El día de las nupcias, las familias de Gonzalo Gustioz y Lambra se enfrentaron, resultando muerto uno de los primos de la novia. Poco tiempo después, Gonzalillo, el menor de los hijos de Gonzalo Gustioz, sorprendió desnuda a Lambra mientras ésta se daba un baño. La dama se lo tomó como una afrenta, y ordeno a su criado que, para avergonzar al pequeño Gonzalillo, le tirase un pepino bañado en sangre. Ante ese mal acto, Gonzalillo mató al criado, cuya sangre salpicó en los ropajes de doña Lambra.
Harta de los despropósitos de la familia de Lara, y viendo que Gonzalo Gustioz no hacía nada por castigar a su benjamín, Lambra, junto con Ruy Velázquez, se tomó la justicia por su mano. Ordenó a Gustioz que fuese a Córdoba y le entregase una misiva escrita en árabe a Almanzor, primer ministro del califa Hixem II. El señor de Lara cumplió dicha orden, desconociendo que en la carta ponía que, cuando Almanzor recibiese el mensaje, matase al emisario.
Gustioz llegó a Córdoba, y entregó personalmente a Almanzor el mensaje de Lambra. El primer ministro, al ver la ignorancia del cristiano, decidió no matarlo, pero sí lo hizo prisionero, encerrándolo en la Casa de las Cabezas.
En territorio cristiano, Lambra se las ingenió para que los siete hijos de Lara se colocasen en la vanguardia del ejército contra el infiel. Al llegar a los campos de Soria, los infantes sufrieron una emboscada por parte de los soldados andalusíes, quienes los apresaron y decapitaron. Las siete cabezas de los infantes fueron enviadas a Córdoba, y colgadas a lo largo de una calleja cordobesa. Allí fue cuando Gustioz contempló horrorizado la venganza de doña Lambra.
Se cuenta que Gustioz, durante su cautiverio, tuvo un romance con una hermana de Almanzor, Fátima. De esa relación nació un hijo, Mudarra, quien, con los años, vengaría a sus hermanastros matando a Ruy Velázquez y quemando el palacio de Lambra, con ella dentro.
Hoy en día, se puede visitar la casa donde Gonzalo Gustioz vivió su cautiverio y, según la leyenda, donde vio como les entregaban cada una de las cabezas de sus desgraciados hijos. Lo más llamativo de todo este espacio, una gran casa de estilo renacentista, es el callejón anexo a ella. Pequeño y estrecho, esta calleja nos traslada a esos siglos pasados, ya que se ha podido conservar en su totalidad, sin necesidad de modificar un solo ladrillo. Ello, probablemente, es que ha estado desde siempre cerrado al público, dejando ver su atractivo a través de una verja.
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